Hablar de humanidades es, ante todo, cosa de Modernos, si es que alguna vez lo fuimos, parafraseando a Bruno Latour (1991). El movimiento se originó en la restitución de una tradición clásica en la que el discurso desempeñaba un papel destacado: el umanista del Quattrocento enseñaba gramática y retórica. Pero más que en las disciplinas, fue en un enfoque -retrospectivamente denominado «humanismo» en el siglo XIX- en el que se afirmó un movimiento occidental: el Renacimiento tenía tanto que ver con el logro moral e intelectual como con la realización religiosa, estética o incluso física. Sabemos que este modelo de ideal humano se nutrió de la lectura de los autores de la antigüedad grecolatina y de la tradición literaria árabe. A partir del siglo XIX, las Humanidades giraron principalmente en torno al latín y la poética, como parte del crisol común de una cierta cultura general (un profesor podía enseñar mitología, historia, retórica, geografía, etc.). Las materias a enseñar se agruparon -a pesar de que ya habían sido criticadas en el siglo XVIII- hasta las reformas educativas de principios del siglo XX.
En la enseñanza secundaria, se estudia -hasta nuestros días- el ejercicio y el alcance de la palabra, se adoptan diversos enfoques para interpretar el mundo y las sociedades, se examinan las relaciones entre los seres humanos y se problematiza la subjetividad, se estudia la relación entre las tradiciones y los cambios, pero también la de la experiencia... A través de la cuestión de la transmisión del saber (incluida su dimensión crítica), la relación con los textos y las lenguas está en el centro de estas humanidades escolares clásicas, que también reivindican una finalidad ética. Hasta estos últimos años, las Humanidades en la enseñanza superior han tendido a vincularse a la revitalización de disciplinas clásicas (literatura y filosofía: las humanities en el mundo anglófono), a veces carentes de reconocimiento contemporáneo. Se afirman en relación con las ciencias llamadas “exactas” y las ingenierías, como complemento e incluso como “terreno fértil” para ellas.
Debido a la sucesiva remodelación de los campos conceptuales, los objetos de estudio, los métodos de análisis y otras interpenetraciones teóricas, la noción contemporánea de Humanidades se denominará más ampliamente Ciencias Sociales y Humanas (CSH) o, más ampliamente, Lenguas, Artes, Ciencias Sociales y Humanas (LACSH), en lugar de la definición restringida tradicional. Antes de asociarse a la revolución digital, otras humanidades pudieron afirmar su especificidad: técnicas desde G. Simondon (1958/2012: 248) o científicas (Latour 2010). Más recientemente, las Humanidades Ecológicas (D. B. Rose y L. Robin, 2019) conforman un campo interdisciplinar dedicado a estudiar las conexiones entre lo humano y lo no humano. Consideramos compatibles con estos desarrollos a las humanidades digitales, que abarcan una variedad de enfoques y concepciones, pero comparten las características de transdisciplinariedad, una preocupación por vincular la tecnología digital y las LACSH metodológicamente –más que como un objeto- y, finalmente, una dimensión política a través de la apertura/puesta en común de datos y de la producción científica. Más allá de la digitalización del conocimiento (o de su enseñanza digitalizada), son a su vez capaces de sustentar un “humanismo digital” apoyado por Doueihi (2011). Precisamente, la urgencia de un discurso humanista contemporáneo se basa en la reactivación de una “cultura de la interpretación” (Citton, 2010), para superar los peligros de una economía del conocimiento mercantilista y utilitarista. La humanología, a la que Edgar Morin en particular se adhiere desde una perspectiva transdisciplinar, pretende trascender las divisiones disciplinares que pueden obstaculizar el pensamiento holístico sobre la “ciencia de la humanidad”, con el fin de abrir la puerta a nuevos desarrollos.
En cualquier caso, las LACSH están siendo interpelados de este modo en su relación epistemológica con las técnicas en la era de su conversión digital. Ya se trate de nuestra relación con el lenguaje, del funcionamiento afectivo e intersubjetivo, de los modos de producción y transmisión del conocimiento, de la práctica de los cuidados o de las prácticas artísticas y culturales, pocas actividades sociales y culturales situadas, profesionales o no, escapan a los procesamientos, interfaces y otras mediaciones de una sociedad amplia y densamente tecnologizada. Estas interacciones con nuestras máquinas y herramientas, por su misma omnipresencia, se han convertido en objetos y temas de investigación, modelización, análisis y teorización, aunque sólo sea a través de los espacios llamados virtuales (pero que constituyen otra tanta realidad) a los que se ha extendido el ejercicio de la condición humana. A cambio, no sin aparente paradoja, se recuerda con mayor urgencia la relación con lo vivo, lo orgánico y lo sensible como la esencia misma de la que proceden nuestras prótesis y la invención de nuestras máquinas: la inteligencia artificial, por ejemplo, no es más que un producto de nuestra naturalidad, aunque pueda transformar retroactivamente algunos de nuestros comportamientos sociocognitivos. Los investigadores de nuestra unidad de investigación sitúan esta crucial reflexividad epistémica en el centro de sus planteamientos.
Dernière mise à jour : 20/06/2024